Miki Leal es uno de los principales representantes de la pintura española actual. Desde el inicio de su trayectoria, justamente en el arranque de siglo, su obra se sitúa con claridad en las coordenadas que definen el movimiento de renovación de la pintura figurativa que tuvo lugar en aquellos años: la ironía y la distancia respecto a las convenciones y los ismos de la pintura, la frecuentación y revisión de géneros en desuso o depreciados, la afirmación del placer visual sin coartadas, y especialmente la presencia de una fértil y heterogénea iconografía de procedencia múltiple, que recorre un amplio abanico que va desde la propia historia de la pintura, hasta los medios de masas, y en su caso transita también de un modo destacado por sus propias mitologías personales. No en vano tituló el volumen que recopila sus diez primeros años de trayectoria como Mikithology.
En este contexto, la cuestión del estilo como estrategia y el modo en que la pintura reelabora las imágenes ocupan un lugar central en su trabajo. Un estilo con una acentuada personalidad y rasgos bien definidos que pasan por la utilización del papel como soporte para una pintura muy líquida con combinación de acuarela y acrílico; el uso del color y de la mancha como herramientas claves en la composición del espacio pictórico forzando los límites de la figuración; la intervención física y material sobre el soporte; o la desjerarquización operada mediante la importancia concedida a los márgenes o los bordes, tanto físicos como figurados, de la obra. En los últimos años Miki Leal ha abierto su práctica hacia medios como la gráfica y de manera destacada hacia la cerámica, donde encuentra tanto una nueva materialidad para su pintura, como un medio fundamental para el despliegue y reelaboración de las formas en diálogo con el espacio.
Pero si hay algo esencial en su obra es el papel que juegan los espacios de connotación a los que remite y en los que se integra su producción. Cada uno de esos espacios o referentes plantea diferentes retos o niveles de juego para la práctica pictórica, ya sea a través de los tejidos o la ropa, el diseño, los medios de masas, los libros o las películas, los vinilos y sus carátulas, las fotografías, las baldosas de cerámica o las artes aplicadas. Una constelación de signos diseminados por su pintura y un consecuente proceso de desplazamiento de significados y referentes que se mueven entre alta y baja cultura, arte y medios, cultura e industria.
En este sentido, es perfectamente ilustrativo uno de los últimos campos referenciales en los que se viene desenvolviendo el trabajo de Miki Leal: el tenis. Convertido, ya sea a través de la pintura o de la cerámica, en terreno de juego para dialogar sobre el acto mismo de pintar, sobre géneros y formas, sobre la cultura, sus signos y símbolos, y la manera de representarlos.
La propia cancha de tenis, con las líneas de demarcación y el color uniforme de la pista, ofrece un fértil territorio para el diálogo entre figuración y abstracción, y más allá de ello, para reflexionar sobre los límites del espacio pictórico y sobre los modos de representación. Del mismo modo que la ropa deportiva como tema, con sus diseños decorativos, sus simetrías y asimetrías, abre espacio para una indagación en torno al color y la línea, la textura y la trasparencia. Resuenan aquí de nuevo, como ocurre siempre en su acercamiento a los signos culturales, aspectos en torno a la estilización de la imagen, la moda y el diseño, o las artes decorativas e industriales.
La cerámica, como territorio hacia el que se expande su pintura en los últimos años, está también presente en este acercamiento temático. Pero como se señalaba anteriormente, salir del marco y materializarse es solo uno de los objetivos. El diálogo con los géneros, y concretamente con el bodegón, es también el vehículo, una vez más, para conversar con la historia de la pintura, con sus formas y motivos. En última instancia, inestabilidad de la iconografía y de sus significados y propuesta de conversación entre los diferentes elementos representados en papeles y cerámicas.
Si hubiera que buscar un elemento que apareciera como una constante, casi como un substrato, a lo largo de su trayectoria, y que al mismo tiempo diera referencia de las estrategias puestas en juego en su práctica pictórica, se podría apelar a una actualización del dandismo. Dandismo como actitud donde confluyen la armonía, la sorpresa, el anacronismo productivo, el artificio, el diálogo presente-pasado, el efecto y la sutileza, pero también la elegancia de la precisión. Una forma de mirar y de representar, la obra entendida, en definitiva, como el producto de una observación apasionada.
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